Hace unos días las pantallas de televisión, las radios, los periódicos,
nos contaban que el acoso escolar se había cobrado una nueva víctima en España.
Una chica de tan sólo dieciséis años había acabado con su vida, ahorcándose, porque al
parecer, no soportaba más la situación en la que vivía cada día, en el instituto.
Todos sabemos, hemos visto u oído alguna vez hablar de casos
de acoso escolar, o bullying como los medios e internet lo denominan con el
anglicismo. El chico del que se burlan porque está gordito, la niña de las
gafas de pasta, el que a los ojos de ellos (oh grandes iconos del estilo y la
moda) viste como un hortera… Chicos y chicas que son vapuleados por sus
semejantes sin que demás compañeros, y en ocasiones profesores y resto de personal del centro, le
otorguen la merecida importancia o peor aún finjan no saber nada.
Vapuleos, maltratos, insultos y mina continuada de la autoestima de esa
personalidad aún inmadura que finalmente pueden llegar a convencerla de que no
vale nada, que su vida no merece la pena y en casos extremos llevarla, como por
desgracia hemos visto en demasiadas ocasiones, al suicidio.
¿Por qué parece tan difícil concederle la importancia que
merece? Estoy segura de que si esos padres, profesores, esos orientadores
escolares o directores de centros educativos fuesen insultados, escupidos o
empujados diariamente por sus compañeros de oficina pondrían el asunto en manos
de las autoridades. ¿Y por qué en el caso de los niños, de los adolescentes, de
personas inmaduras aún no es importante?
Es algo que debe ser cortado de raíz, con firmeza, y reprobado
por el resto de alumnado. Es algo de lo que debe concienciarse en las clases,
con charlas, con exposiciones y reflexiones por parte del personal adecuado del
centro. Concienciar a los alumnos; acosadores, acosados y meros observadores de
que es una actividad despreciable, vergonzosa y sobre todo denunciable y
punible.
Mi humilde recomendación para los padres es que no se queden
quietos ante una situación semejante, que no se rindan ante la primera puerta
que se les cierra en las narices, ante el primer profesional que considera que “son
cosas de chiquillos”. Y que si la charla con el orientador del centro, el jefe
de estudios y el director son insuficientes tomen cartas en el asunto pues se
trata del bienestar físico y psíquico de su hijo/a. Y con toda la buena
educación del mundo y el civismo que debe mediar entre personas civilizadas (por supuesto no
podríamos exigir aquello de lo que carecemos) se dirijan a los padres de los
acosadores de sus hijos y a solas, sin presencia de estos, les expongan la
situación.
Porque estoy segura de que a nadie nos resultaría fácil creer
que nuestro hijo es una especie de mini-monstruo, un ser despiadado que
disfruta haciendo sufrir a sus compañeros más débiles, pagando de ese modo una
frustración que sólo Dios sabe a qué puede deberse.
Y a los alumnos acosados, que sois realmente quienes me
habéis motivado estas humildes líneas sólo puedo deciros que
habléis con vuestros padres, que pidáis su ayuda para enfrentar el problema y posteriormente
con vuestros tutores. Denunciad el acoso una y otra vez, no os quedéis callados.
Pero sobre todo, y lo más importante para mí, es deciros que pasará. Por muy
oscuro que os parezca el pozo en el que os sentís inmersos, por muy negro y
triste que os parezca vuestro presente, pasará. Y llegaréis a convertiros en
unos adultos íntegros con los valores y el respeto por los demás que
determinados compañeros no tuvieron con vosotros. Y tendréis una vida tan feliz como la de
cualquiera, y haréis las mismas cosas que el resto del mundo sin miedo, porque
esta no es más que una situación transitoria que un día acabará.
Y el motivo por el que sé que es así es porque yo también
sufrí acoso escolar. Sí, es algo que viví en primera persona durante un par de
años, el último más intensamente, en el colegio. Quizá por ello me encuentre
tan concienciada sobre el tema, porque sé lo desesperante que puede llegar a ser
la situación, lo impotente que puedes llegar a sentirte y lo triste que puede resultar
enfrentarte a ir al colegio cada día. Cuando te preguntas ¿por qué a mí? ¿por qué
soy yo el centro de sus burlas? Sin que haya respuesta posible. Ni siquiera
tiene porqué haber un motivo, aunque si lo hay definitivamente no está en ti,
no es tu culpa, en absoluto. Quizá ni los/las propios acosadores/as son
conscientes del daño que están haciéndote.
En mi caso fue el ilógico modo de actuar de un chico al que
yo le gustaba. Tardé años en entenderlo, digerirlo y finalmente… expulsarlo ;). Sin duda para todo ello el apoyo de mi familia fue indispensable :).
Los motivos por los que se produce el acoso no me importan, no a mí. Lo más importante para mí es el daño
infringido y el sufrimiento producido a la persona acosada. Apoyarla, oírla, atenderla,
asistirla. Las responsabilidades, el juego de pelotas que pasan de un tejado a
otro cuando el resultado ha sido drástico, de nada sirven. Ante una denuncia
por acoso escolar hay que actuar rápidamente y después, debatir y depurar
responsabilidades en caso necesario.
¿Y tú, te quedarás callad@?